Los sentimientos y su confusión con las emociones: ¿una clave para entender la nueva esclavitud?

He tenido que seguir indagando en ciertos aspectos de la somatización de la represión, para poder entender la desconexión interior y la pérdida de la integridad psicosomática, que se produce en nuestro modelo de socialización. Una desconexión interna que es la otra cara de la moneda del acorazamiento.

Hay que tener en cuenta que las emociones y los sentimientos brotan de nuestros cuerpos acompañando a nuestras pulsiones corporales, y que cuando éstas se inhiben, las emociones quedan desconectadas, perdiendo su función en la autorregulación corporal, y convierténdose en sensaciones más o menos erráticas. La desconexión es lo que hace que perdamos la conciencia del sentido original y autorregulador de las emociones y de los sentimientos, y que no entendamos lo que nos pasa. Entonces no es que seamos analfabetos emocionales; es que las emociones y los sentimientos pierden su sabiduría y su sentido cuando se desarraigan de las pulsiones corporales, con la represión de (*) El asalto al Hades, La rebelión de Edipo Iª Parte (2002). (4ª edición, 2010). También se puede descargar en sites.google.com/site/casildarodriganez 3 la sexualidad. Esta pérdida de la sabiduría emocional por la represión, es muy importante para entender el verdadero sentido del analfabetismo emocional que hoy está en boga. El analfabetismo emocional es un concepto que creo fue acuñado por Ingmar Bergman en su película Secretos de un Matrimonio (1973). La película trata del callejón sin salida en el que nos encontramos toda una generación, al tratar de vivir de forma consecuente y coherente con nuestros sentimientos íntimos, cuestionando la institución del matrimonio como contrato o convenio social. Esto suponía una voluntad de no aceptar la sublimación y la codificación patriarcal del deseo, caracterísitica de la moral convencional, denunciada por la sexología científica de la primera mitad del siglo pasado. Las puertas habían quedado abiertas para seguir comprendiendo la implementación del Tabú del Sexo de nuestra sociedad y las contradicciones psicosomáticas que nos crea.

Hoy, sin embargo, estas puertas se están cerrando y se está desarrollando un psicología que nos aleja de la recuperación de la sexualidad, al desarrollar una ‘alfabetización emocional’ que en lugar de buscar la liberación del deseo, la reconexión con la pulsatilidad corporal y el derretimiento de la coraza, lo que hace es adaptar las emociones al orden social; en definitiva, que lo que hoy se llama educación emocional o inteligencia emocional es un eufemismo de la sublimación descrita por la sexología científica del siglo pasado. La resignación ya no se propicia en nombre de unos mandamientos divinos, o de la supremacía de un alma espiritual sobre el cuerpo, sino en nombre del pragmatismo: hay que funcionar en este mundo. No obstante, esto no evita el malestar ni el sufrimiento humano. En este libro trato de indagar en la somatización de la represión, en la desconexión de nuestra integridad coporal que hace que las emociones pierdan su sabiduría original, como parte de la autorregulación corporal.

Después de publicarse el libro La Rebelión de Edipo hace ahora más de dos años, caí en la cuenta de un aspecto muy importante de las nuevas estrategias de dominación en el terreno de la disciplina corporal, que antes me había pasado desapercibido. Se trata de la confusión introducida en las últimas décadas entre sentimientos y emociones. Hasta hace no mucho, sentimientos y emociones eran dos realidades diferentes, y se diferenciaban en la percepción de lo que ocurría en nuestro cuerpo. Las emociones cursan con las pulsiones vitales para implementar su desarrollo, y son pasajeras, y los sentimientos son la parte que queda de lo que sentimos; lo que permanece; el poso que deja lo que sentimos, que a su vez retroalimenta las pulsiones, las emociones y todo el proceso del sistema libidinal.

Sin embargo, en los últimos años se emplea cada vez más la palabra ‘emoción’ para hablar de los sentimientos, como si los sentimientos sólo fueran emociones. Esta confusión conceptual, confunde inevitablemente la percepción de lo que nos pasa. El sentimiento es la estela que deja el fluir de la energía libidinal: el camino único e irrepetible de dicho fluir y la huella psicosomática que deja, haciendo lo que se suele llamar el ‘alma’ del ser humano (lo que luego se sublima, se espiritualiza y se dice que es de origen divino). Por eso decimos que cada persona es única, como su fisonomía física exterior (mientras que no nos pongamos la máscara o imitemos compulsivamente los modelos que se publicitan). Los sentimientos que conforman nuestra estructura psíquica se producen en la relación con otras personas: cuando nos miran, nos sonríen, nos acarician, nos cuidan, cuando intercambiamos opiniones o deseos; cuando los sentimientos de las otras personas activan nuestro propio sistema libidinal y derramamos nuestras propias producciones empáticas. El sistema libidinal nos hace y al mismo tiempo hace la hermandad de los seres humanos. Son nuestras propias raíces que son parte de la raigambre del grupo familiar, mis raíces enlazadas con las de los hermanos y hermanas. Así deberían ser las cosas y esa es la función del sistema sexual: regular los cuerpos y tejer las relaciones con los otros cuerpos. Los sentimientos arrancan en la etapa primal, con el poso que deja en cada un@ de nosotr@s la relación con nuestra madre, con el amor que vamos sintiendo y produciendo. Esas son nuestras raíces, lo que nos hace consistentes, no manipulables, resistentes a los empujones, a las presiones, a los vientos más fuertes. Las personas vivas más fuertes son las que han sido más amadas y que más han amado de forma verdadera y respetuosa, que es lo que activa el sistema libidinal humano y desarrolla nuestras cualidades. Como decía mi madre, ‘el amor es ante todo fuerza’. Los sentimientos son la parte más importante de nuestra biografía; sostienen todo el desarrollo de nuestra vida y constituyen la columna vertebral de nuestra psique. Por eso la represión de los sentimientos se ha considerado siempre un atentado a nuestra integridad, a diferencia de la represión de una emoción que por definición es una parte puntual de la producción libidinal, que acompaña a la pulsión correspondiente.

El control de la emoción es el control de las pulsiones; el control de los sentimientos es el control de nuestras vidas. Sin los sentimientos perdemos nuestra consistencia, nuestras raíces en nuestra gente, en nuestro entorno (nuestras raíces entrelazadas con las raíces de nuestr@s herman@s), y nos convertimos en seres manipulables, a conveniencia de nuestros controladores en la línea de mandos de la pirámide jerárquica; tanto más absoluto el dominio, cuanto más totalitaria y abarcante de los diferentes aspectos de la vida humana sea la pirámide totalitaria. No es pues inocente la confusión entre emociones y sentimientos, porque el control y manipulación de los sentimientos, identificados con nuestra integridad, no se puede realizar abiertamente, y en cambio ‘el control de las emociones’ se acepta con normalidad, como una conducta adaptativa que no afecta a nuestra integridad. La reducción de los sentimientos a emociones implica una cierta desaparición de los sentimientos de nuestro universo conceptual y en la percepción de lo que somos; lo cual lleva a ignorarlos u obviarlos en la vida real, en las prioridades y en la toma de decisiones que quedan a merced de una ‘conciencia’ sujeta a la publicidad y desconectada de nuestro sistema libidinal.

La ‘desaparición’ de los sentimientos no se dice, claro está, porque si se dijera nadie podría aceptarla. Es también un aspecto imprescindible de la tecnificación de la sexualidad, denunciada por Juan Merelo-Barberá, que está haciendo de la pornografía el paradigma de la vida sexual.. Es sabido que en nuestro país, durante el franquismo, se impuso el conductismo en las Universidades, desplazando al psicoanálisis, la sexología científica, etc., campos del conocimiento científico que han desaparecido del mapa (pues hurgar en los ámbitos de la psique humana es como hurgar en los restos de las culturas pre-patriarcales, saca la verdad a relucir). Y ahora se imparte también no sólo en las aulas sino en todo tipo de ‘talleres’, bajo una serie de eufemismos, desde el de la bioenergética hasta los manuales de ‘autoayuda’, ‘crecimiento personal’, etc. La reducción de los sentimientos a emociones no es un fenómeno arbitrario o casual; forma parte de la estrategia del control de la conducta humana, para hacer peleles, sudras, esclav@s, marionetas de cartón que se crean que están vivas y que son libres, con sus emociones y su ‘conciencia’… bien controladas. Algo aparentemente tan trivial como meter las emociones y los sentimientos en el mismo saco, y ya han colado el control de los sentimientos, de la estructura de la psique humana; eso sí, dando mucha coba al personal sobre la superioridad del sistema neurológico, para presentar la autorrepresión y la rendición de la vida como una actitud ‘inteligente’.

La ‘inteligencia emocional’ no es más que un eufemismo de la ‘nadificación’ de los sentimientos para conseguir que la voluntad vaya en contra de la autorregulación del cuerpo, lo cual, en muchos casos, de ningún otro modo sería posible. Es la manera de morder nuestra fuerza vital y de justificar la usurpación de nuestras vidas; de justificar incluso el matrimonio de conveniencia. ¿Cómo se podrían reprimir los sentimientos y la libido si se reconocieran como lo que son? ¿Y cómo conseguir una masa sumisa de peleles sin menguar la integridad del ser humano? ¿De qué otro modo se podría detener la poderosa fuerza de la vida? Y encima nos creemos seres superiores porque nuestro sistema neurológico o nuestra conciencia domina las ‘emociones’. Tanto rodeo para lo de siempre, lo de arriba controlando las bajezas del cuerpo. El argumento tradicional para rendir la vida al Poder. La reducción de los sentimientos es un nuevo engaño para hacer lo mismo de siempre; es una adaptación del antiguo tabú del sexo de los orígenes de la dominación a ésta, su una nueva era orwelliana, la dominación más totalitaria y absoluta de la historia de la humanidad, puesta a punto para neutralizar los movimientos de liberación que nacieron en el siglo XIX. Más feroz que nunca para los que resisten y más invisible que nunca para la gente que va a ciegas por el mundo. No contradice cuanto se dice en este libro, sino que lo clarifica. La ‘desaparición’ de los sentimientos viene a ser complementaria de la codificación artificial de los afectos, que se han establecido que deben tener las personas.

El acorazamiento psicosomático que arrastramos, como se trata de explicar en estos capítulos, produce una desconexión interna y una pérdida de la percepción de lo que nos pasa, lo cual facilita la codificación y la ‘desaparición’ de los sentimientos. (Mientras, por debajo subyacen y se agitan inconscientes los deseos y los sentimientos verdaderos reprimidos: por eso hay tanto malestar, tantas religiones y tanta psicología). La pérdida de claridad en la percepción de los sentimientos, es muy importante porque facilita su represión y, como decían Agustín García Calvo (La Familia: la idea y los sentimientos) y Freud (El Malestar de la cultura), que se forme la idea de que sentimos lo que está establecido que debemos sentir. Mientras que la espada de Damocles de la culpabilidad pende como un fantasma sobre todo lo que no debe ser, se publicita la idea de lo que debe ser y de lo que tenemos que sentir; la idea que captura con relativa facilidad unos sentimientos ninguneados y confusamente percibidos. Este nuevo invento de la confusión entre sentimientos y emociones lo recogí en, ‘La degeneración de la raza humana por la pérdida de sus cualidades fundamentales’, un texto ahora se añade al final de este libro porque ofrece una visión panorámica de la función que realiza la interacción libidinal, y deja vislumbrar los efectos suicidas de su desaparición. También el artículo La función orgánica de la sexualidad colgado en mi site contiene elementos que actualizan lo que se dice en este libro. Teniendo en cuenta la invisibilidad de los mecanismos modernos de dominación, es mucho el esfuerzo que hay que hacer para percibirlos.

Antes de terminar, hay otra cosa importante que ahora añadiría a este libro: el trabajo de Marcel Mauss sobre las formas originarias de intercambio de bienes según el sistema libidinal. En este trabajo, Mauss explica y confirma lo que digo en el capítulo 1 sobre la generosidad y la reciprocidad y demás cualidades del ser humano. La reciprocidad materializada en el don, en el ‘dar-recibir-devolver’, es otra perspectiva para entender la función social del sistema libidinal. Se trata además de una explicación y de una prueba histórica irrefutable, de ‘la edad dorada’ de la humanidad, el modo de vida anterior a nuestra civilización. El paso del intercambio de bienes según el sistema libidinal, al comercio (y el saqueo), es un indicador de los profundos cambios acontecidos entre el antes y el después de la dominación, el trágico punto de inflexión de la historia de la humanidad. He colgado también un resumen de cuatro páginas de esta aportación de Mauss en mi site: El ensayo sobre el don, dentro del apartado ‘Apuntes para re-escribir la Historia’. 

La Granja, diciembre 2010

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