Primer plano de una mujer acercando una pequeña flor blanca a sus labios. Fotografia de Mora Lopez

Fotografia: Mora Lopez

Estimular la boca

Nuestra boca es uno de nuestros órganos erógenos por excelencia. Pero también es uno de los espacios más reprimidos y adiestrados por la cultura. Fonar/sonar (hacer ruidos), gemir, sollozar, llorar con sonido, gritar, sólo son tolerados hasta cierta edad (y con represalias, por supuesto). Pareciera ser que a partir de cierto momento, no es aceptable ni civilizado emitir sonidos. 

Alguna vez pensaste por qué tantas de las adiciones o problemas que tenemos están relacionadas con la boca? Bruxismo, dolores de cabeza, adicción a la comida, al alcohol, al cigarrillo… 

Muchos de estos hábitos tienen que ver con compensar una estimulación o una expresión oral que no estamos satisfaciendo… desde hace mucho tiempo. 

No por haber ido a la escuela y vivir en ciudades dejamos de ser animales. Animales humanos, sí, pero animales, mamíferos, también. Y los mamíferos bullen, gimen, sollozan, gritan. Expresan sus necesidades y deseos a través de las emociones, y las emociones generalmente vienen con sonidos! Los mamíferos exploran el mundo a través de la boca. Huelen, chupan, sienten.

Estimular la boca es sumamente regulador. Descarga, activa, nutre. Permitirnos morder, chupar, oler, usar la cara como un hocico, dejando que los sentidos se integren, nos devuelve a un sentido humano mamífero profundamente enraizado. 

Permitirnos los quejidos, los suspiros, los sollozos, los gemidos y sacar los sonidos de los contextos socialmente aceptados (“gemir” en “el sexo”, emitir quejidos al llorar en un duelo…) amplía nuestro margen energético, porque dejamos de usar energía para auto-reprimirnos. Esa represión está super invisibilizada, ni nos damos cuenta que nos la auto-inflingimos, no por estúpidxs, sino porque nos enseñaron a hacerlo. 

Dejar entrar los sonidos en la intimidad de nuestra casa, de nuestros vínculos. Dejar que su vibración estimule nuestra boca, nuestra panza, nuestra pelvis; dejar que la lengua explore nuestros dientes, nuestra saliva, el mundo exterior. Dejar que la nariz huela los olores de nuestro cuerpo y de otros cuerpos, del entorno. Eso que sólo dejamos para el momento “del sexo”, si es que…

Qué mundos se nos abrirán si dejamos de reprimir esta parte animal tan humana?

Te invito a explorarlo.

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